sábado, 18 de septiembre de 2010

EL MUNDO DE LA PIZZA (MADRID - Zona Malasaña)

Ubicado en la Calle San Bernardo, esta Pizzeria Argentina se puede catalogar dentro del grupo de locales de restauración adscritos a la estrategia de Tela de Araña. Me explico: Acechando en zonas de animada vida nocturna y dotados de un cierto mimetismo que les hace no llamar apenas la atención del viandante, atrapan a los clientes más despistados que, tras una hora intentando buscar mesa, acaban entrando no muy convencidos por la puerta y, cuando quieren darse cuenta, ¡¡¡Es demadiado tarde para huir!!!

Este fue nuestro caso. ¡Pobres e insignificantes mosquitas que recorriamos en una fría noche las calles de Malasaña con el estómago vacío y el espíritu quebrado!

La primera y estimulante experiencia que vivimos fue la travesía por el local, ya que hubimos de sortear la multitud de pequeñas mesas a la entrada y la estrechez de su pasillo mediante la contorsión, esquiva y deslizamiento, hasta llegar a un comedor final en el que servidor, hombre español de estatura media (1,80) no puede llevar puesto el sombrero de copa, ya que hay un techo opresor que lo impide. Por suerte, la moda decimonónica cayó en desuso y pude evitar semejante percance.

A la angustia de aquel techo que juro que tenía la impresión de que bajaba progresivamente con aviesas intenciones, se sumaba el ruido producido por un grupo de "chonis" (algún día habría que explicar detenidamente este fenómeno sociológico) que celebran los esponsales futuros de una de ellas con la máxima expresión de la elegancia: adornos fálicos (pollas de trapo, para los de la ESO) y emisión de infinidad de sonidos taladrantes.

Por si fuera poco, un alto porcentaje de los allí presentes tuvieron la deferencia de aromatizar el escaso aire disponible con sus inhalaciones de nicotina a las que yo, soy particularmente sensible dada mi tendencia a la irritabilidad (también ocular) y que se supone que, en aras de una tolerancia de la que siempre he hecho gala (...) tengo que aguantar con serenidad y paciencia franciscana en lugar de defecar en los parientes difuntos (para los de la ESO, cagarme en los muertos) de tanto yonqui de mierda.

Por fin superados los agobios iniciales, ojeamos la carta y para sorpresa, percibimos que estamos en un local de refinada elegancia y sotisticación sin par, habida cuenta que en la misma figuraban las siguientes advertencias:

1º No servían jarras de agua
2º La consumición mínima por persona y asiento ocupado era de 9 €
3º No se admitían tarjetas para pagar
4º No había servicio de cafetería los fines de semana

En la mesa de al lado, Victoria Beckham, Carmen Lomana e Isabel Preysler también miraban la carta con incredulidad.

Decidimos pedir unos entrantes y cuatro de las cien variedades de pizzas que promete un cartel a la entrada, que en realidad, no son más que la combinación de diez elementos tomados de dos en dos, tres en tres, o cuatro en cuatro, según convenga. Los entrantes se pierden en la nebulosa del tiempo y el olvido pero aquellas plastas aceitosas con sabor a harina y grasa aún aparecen en mis pesadillas.

Detalle "curioso" marca de la casa: Se equivocaron con los ingredientes de una de ellas, concretamente la de mi amiga SJ y tras advertírselo a uno de los camareros, que emitió unos sonidos guturales y se la llevó, volvió tres minutos más tarde con la misma base, raspada y sobre ella, los ingredientes correctos (y crudos, por cierto).

Por último, quisiera hacer mención especial a la simpatía y buen hacer de los camareros, la mayoría dominicanos (que aún no tengo claro si son personas tontas o monos listos) que pusieron la guinda que se merecía tan antológica experiencia.

Amantes del masoquismo gastronómico, sin duda este es lugar de visita obligada.

¡Hasta la próxima!

viernes, 17 de septiembre de 2010

BELVEDERE (CÁDIZ)


Era una noche fresca y agradable en el Paseo Marítimo de Cádiz, de esas en las que la suave brisa acaricia tu piel y la luna se refleja en el mar para ofrecerte su cálida sonrisa...
Andábamos ebrios de felicidad mientras nuestros pasos nos guiaban hacia la terraza de un nuevo restaurante cuya carta nos había atraido días atrás. No resultó excesivamente difícil conseguir mesa y en pocos minutos nos encontrábamos sentados y prestos para ser atendidos.
Decidimos pedir un paté de queso con mermelada de pimientos, "papas aliñás", ensaladilla rusa con gambas, crujientes de pollo y bacon y daditos de cazón en adobo para las cuatro personas que íbamos.
Los platos salían poco a poco y eran de nuestro agrado. También el servicio resultaba atento y eficaz. La noche parecía ir "viento en popa".
De repente, el cielo estrellado se cubrió de negras nubes mientras que el viento nos comenzó a azotar con furia inusitada. El mar se estremeció y sus olas sacudían con violencia la orilla levantando un murmullo de muerte y terror. Era como si el propio Poseidón nos quisiera arrebatar el ánimo y sus Nereidas se hubieran despertado ansiosas de sangre, nuestra sangre.
En ese momento nos llegó como una amenaza de las profundidades el cazón. Cada bocado desprendía el hedor de la podredumbre como una señal funesta. Nuestras bocas comenzaron a paladear el fétido sabor del óbito.
Sin ser conscientes de que la ira de los demonios marinos podría ir a más, decidimos devolver aquel plato ante la imposibilidad de contener la naúsea común que nos invadía a las cuatro personas que padecíamos aquella pesadilla.
Uno de los camareros nos retiró el plato y permanecimos a la espera de alguna disculpa o explicación de aquello....
Al rato, un ser apareció junto a nuestra mesa con actitud chulesca, displicente, hortera y perdonavidas. Era..... ¡¡¡cha, channnnnnn!!!!....¡¡¡¡El JEFE DE CAMAREROS!!!. Ni corto ni perezoso, esgrimiendo su Handy como el cetro fuente de su poder, mientras nos dirigía una mirada de desprecio, nos inquirió sobre el pescado podrido de la siguiente forma: "Que....... vengo a ver qué es lo que pasa con el cazón..... porque...... yo lo he probado y está bueno...." Todo sin abandonar el plante de John Wayne y el tono macarrilla y barriobajero.
Sobre las conversaciones posteriores no me extenderé, sólo decir que no hubo demasiado entendimiento.
Lo grave de este caso es que, en cualquier negocio de hostelería, si el cliente se queja de algún plato, suele ser por motivos más que fundados, ya que por lo general cuando pedimos algo es para comerlo y no para tener que pelearte con un tipo víctima de la falta de escolarización al que su escasez de luces y su exigua educación le privan del sentido común mínimo y los modales como para disculparse y dejar al restaurante en buen lugar.
Pero, claro, esto es consecuencia del STL (Síndrome del Tope Laboral). Cuando alguien ha llegado a puestos de tan altísima responsabilidad como la de ser Jefe de Camareros de un Bar de Tapas y su formación y capacidades no le dan para más, sufre a diario una gran presión y sus decisiones pesan tanto como la del Director General de Microsoft en España, el estrés se manifiesta de esta forma, creando pequeños tiranos con delirios de grandeza.
Una pena. porque el Belvedere no es mal sitio (a pesar del desliz del cazón), pero camareros como este pueden arruinar la fama de cualquier lugar en pocos minutos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

LA ALBARIZUELA (PUERTO REAL - CÁDIZ)


Una experiencia sublime:

En primer lugar tuvimos el inconmesurable placer de disfrutar de una Comida mediocre y mal cocinada, que nos alejó por unas horas del tedio de la agradable gastronomía gaditana, sumergiéndonos en un abismo de tenebrosidad sin límite. Pedí un bacalao confitado y me sirvieron brosmio, una especie de sabor parecido pero de mucha menos calidad y, lógicamente más barato para el restaurante. Para evitar las escasa originalidad que supone elaborar un alimento en su punto lo trajeron demasiado hecho y seco. A mi pareja le sirvieron un solomillo a la mallorquina aún más seco. La preparación de los platos deja mucho que desear.

Los camareros tardan en atender y servir las mesas. Me discutieron el punto de hechura de los platos. No saben servir el vino. Olvidaron el pan. No nos retiraron los aperitivos sobrantes en toda la cena. No nos ofrecieron chupitos, como al resto de los comensales. Comenzaron a recoger las mesas estando aún lleno el local. En un par de ocasiones, hablando entre ellos, algunos camareros expresaron sus deseos de que los clientes nos marchásemos. ¡Maravilloso!

Ambiente excelente: Tiene un bello patio entregado a cierta dejadez con la decoración (mesas apiladas en un rincón, tableros en otro, sillas de plástico...) y en verano resulta bastante caluroso.

El Precio no resulta adecuado a lo anterior. Un entrante y dos platos con botella de vino ronda los 80 €. No es un precio desorbitado, pero teniendo en cuenta que hay tascas donde la preparación del personal y la comida es mil veces mejor, es una mala relación calidad/precio. Creo que deberían cobrar el triple para aumentar más aún la sensación de disgusto y la ira que te invade al pagar la cuenta.